1.
El próximo día 29 de junio, sábado, celebramos el martirio de los dos
apóstoles más cualificados de la Iglesia católica: san Pedro y san
Pablo, les llamamos “columnas de la Iglesia”.
Aunque no murieron el mismo día, la comunidad cristiana, desde sus
orígenes, ha querido honrarlos y encomendarse a su intercesión en el
mismo día.
Escribe San León en una homilía que pronunció en la Basílica de San Pedro en esta fiesta: “Respecto
a sus méritos y virtudes, no podemos pensar nada que no sea distinto o
contrapuesto en ellos; iguales en la elección y en su trabajo,
resultaron iguales también en su martirio”. Bien podemos aplicarles a ambos las palabras de san Pablo: “He combatido bien mi combate, he llegado hasta la meta, he mantenido la fe”.
2. Puedo
decir, de forma bien contrastada, que los fieles de esta Iglesia de
Jaén sienten un amor sincero y muy profundo por el Santo Padre, el Papa.
He podido comprobarlo, una vez más, con ocasión de la reciente renuncia
a la Sede romana por Su Santidad Benedicto XVI y ante la nueva elección
del Papa Francisco.
Sabemos que formamos parte de la misma Iglesia de Jesucristo pero
el sucesor de Pedro, el Papa, tiene en ella facultades y deberes muy
singulares e irrenunciables. Creemos que, bajo su autoridad y desde
nuestro amor y servicio a su persona, cooperamos en la edificación y
extensión de esa Iglesia de Jesucristo conducidos por el Espíritu Santo.
Pero no basta nuestro respeto y adhesión inquebrantable al Santo
Padre, debemos también amarle, escucharle y apoyarle desde nuestra
oración, participar de sus anhelos apostólicos y llevar a la práctica en
nuestras vidas sus enseñanzas; poner en sus manos nuestra ofrenda para
que reparta a favor de las necesidades de toda la Iglesia.
Les indicaba en un reciente Decreto que los párrocos y rectores de
Iglesias invitaran a los fieles a participar en la Santa Misa de ese
día, no obstante la dispensa del precepto y del descanso laboral.
Disponía asimismo, que el Día del Papa y su colecta imperada a favor
de la Santa Sede se celebrara, en nuestra Diócesis, el domingo 30 de
junio, desde sus primeras vísperas.
3.
Desde los inicios de la Iglesia, los Apóstoles, y más tarde sus
sucesores inmediatos y quienes siguieron a éstos, los Obispos, con sus
presbíteros y comunidades de fieles, proclamaban, con unas u otras
palabras, lo que San Pablo diría en su Carta a los efesios: “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef. 4,5).
Esta identidad sustancial de la Iglesia de siempre, en toda su
historia, es uno de los rasgos más bellos de su rostro. Es la
inmutabilidad en lo divino. Es la vida que, mientras permanece en un
organismo que un día empezó a existir, es la misma siempre, aunque se
haya desarrollado y crecido en el tiempo.
El verdadero fundamento de todo ello es la asistencia del Espíritu
Santo que la protege, como su alma y su luz. En esta verdad radica el
secreto de su fidelidad.
El Espíritu Santo actuó sobre el Colegio de los Apóstoles, con
Pedro y bajo la autoridad de Pedro, y sigue actuando sobre el colegio
universal de los Obispos, unidos al Papa y bajo la autoridad del Papa.
La fuerza del Espíritu asiste a todo el pueblo de Dios pero lo hace, de
modo singular, sobre el sucesor de Pedro, que nos confirma en la fe,
esto es, en la fe que la Iglesia debe profesar si quiere ser fiel a
Jesucristo.
Es lo que le encomendó a Pedro con palabras que siempre gozarán de actualidad: “Confirma a tus hermanos” (Jn. 22, 32).
4.
Cuando Pedro y los demás Apóstoles comenzaron a predicar la fe en
Cristo muerto y resucitado, insistieron también en exponer, junto a los
núcleos fundamentales del Credo, un conjunto de ruegos, normas y
explicaciones, que aparecen en sus Cartas y que admitimos como doctrina
revelada para la confirmación de nuestra fe. Lo mismo hacían en sus
predicaciones a los primeros cristianos y han llegado hasta nosotros
por Tradición apostólica.
Lo que hoy dice el Santo Padre, el Papa, son sus mismas palabras,
las mismas exhortaciones, las mismas enseñanzas fundadas en la Escritura
y Tradición apostólica. Hay en todas sus enseñanzas coherencia y
armonía interna con la Revelación de Dios. Hay un discernimiento sabio y
prudente contando para ello, como he dicho, con la asistencia del
Espíritu.
No podría el Papa confirmarnos en la fe, si nosotros cuestionamos o
rechazamos ser confirmados en ella a través de sus enseñanzas. Sólo
quien esté dispuesto a recibir, con profundo respeto y humildad, cuanto
nos enseña y recomienda, estará en disposición para su confirmación en
la fe cristiana.
Oremos por nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, en estos
inicios de su pontificado. Pidamos la asistencia del Espíritu Santo para
él y para toda la Iglesia, bajo la intercesión de nuestra Madre la
Santísima Virgen.
Les saluda agradecido y les bendice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario