domingo, 12 de enero de 2014

Bautismo del Señor


 
El domingo que sigue a la fiesta de la Epifanía, dedicado a celebrar el bautismo de Cristo, señala la culminación de todo el ciclo natalicio o de la manifestación del Señor. Es también el domingo que da paso al tiempo durante el año, llamado también tiempo ordinario. Hay que felicitarse por esta fiesta, que ha venido a enriquecer notablemente el ya de por sí denso tiempo de Navidad-Epifanía. El significado del bautismo del Señor, múltiple y variado, pues mira no sólo al hecho en sí, sino también a su trascendencia para nosotros, se centra en lo que tiene de epifanía y manifestación: "Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo asumió la realidad de nuestra carne para manifestársenos, concédenos, te rogamos, poder transformarnos internamente a imagen de aquel que en su humanidad era igual a nosotros" (col. 2). El bautismo de Jesús, proclamado cada año según un evangelista sinóptico, es revelación de la condición mesiánica del Siervo del Señor, sobre el que va a reposar el Espíritu Santo (cf. Is 42, 1-4.6-7: 1ª lect.) y que ha sido ungido con vistas a su misión redentora (cf. Hech 10,34-38: 2ªlect.). Ese Siervo, con su mansedumbre, demostrada en su manera de actuar, es (cf. Is 42, 1-9; 49, 1-9 lect. bíbl. Of. Lect). dice San Gregorio Nacianceno comentando la escena (lect. patr. Of. lect.). Pero el bautismo de Cristo es revelación también de los efectos de nuestro propio bautismo: "Porque en el bautismo de Cristo en el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo" (pref.). Jesús entró en el agua para santificarla y hacerla santificadora, "y, sin duda, para sepultar en ella a todo el viejo Adán, santificando el Jordán por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua" (SAN GREGORIO N.: ibid.). Esta consagración es el nuevo nacimiento (cf. Jn 3,5), que nos hace hijos adoptivos de Dios (col.; cf. Rom 8,15). El fruto de esta celebración en nosotros es "escuchar con fe la palabra del Hijo de Dios para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos suyos" (posc.; cf. 1 Jn 3,1-2) [Mons. Julián López Martín]

lunes, 6 de enero de 2014

Bienaventuranzas de la Epifanía

Epifanía el Señor. Reyes Magos


Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:
- Su Epifanía ante los Reyes Magos (Mt 2, 1-12)
- Su Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán
- Su Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná.
La Epifanía que más celebramos en la Navidad es la primera.
 
La fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia de Oriente. A diferencia de Europa, el 6 de enero tanto en Egipto como en Arabia se celebraba el solsticio, festejando al sol victorioso con evocaciones míticas muy antiguas. Epifanio explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento de la luz a los trece días de haberse dado este cambio; nos dice además que los paganos hacían una fiesta significativa y suntuosa en el templo de Coré. Cosme de Jerusalén cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos con ritos nocturnos en los que gritaban: "la virgen ha dado a luz, la luz crece".
 
Entre los años 120 y 140 AD los gnósticos trataron de cristianizar estos festejos celebrando el bautismo de Jesús. Siguiendo la creencia gnóstica, los cristianos de Basílides celebraban la Encarnación del Verbo en la humanidad de Jesús cuando fue bautizado. Epifanio trata de darles un sentido cristiano al decir que Cristo demuestra así ser la verdadera luz y los cristianos celebran su nacimiento.
 
Hasta el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor. Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así se explica que la Epifanía se llama en oriente: Hagia phota, es decir, la santa luz.
 
Esta fiesta nacida en Oriente ya se celebraba en la Galia a mediados del s IV donde se encuentran vestigios de haber sido una gran fiesta para el año 361 AD. La celebración de esta fiesta es ligeramente posterior a la de Navidad.
 
Los Reyes Magos
 
Mientras en Oriente la Epifanía es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.
 
De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Hasta el año de 474 AD sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.
 
El hacer regalos a los niños el día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús y hacerle regalos tomando en cuenta que "lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mi me lo hacéis" (Mt. 25, 40); a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra de amor y fe a Cristo recién nacido.

viernes, 3 de enero de 2014

Dulcísimo Nombre de Jesús

 

El amor que sintieron ya los cristianos de los primeros siglos hacia el nombre del Señor Jesús, Salvador, según nos consta por los escritores apostólicos y por la tradición, y que no sólo informó sus vidas sino que los llevó hasta confesar públicamente su fe y padecer el martirio por esta causa, fue adquiriendo un mayor desarrollo con el correr de los tiempos. En la tradición de la Iglesia oriental se
desarrolló en íntima relación con la espiritualidad monástica llamada «hesicástica » (contemplación imperturbable). En occidente, en cambio, la devoción al nombre de Jesús se presenta bajo determinadas formas de devoción popular y en conexión siempre con el ciclo de las celebraciones de la Navidad. A partir del siglo XII adquirió gran auge por el influjo sobretodo de los monasterios en donde esta devoción tuvo una característica especial en su fervor, cuyo insigne testimonio es el himno, o «magna iubilátio», Iesu, dulcis memória, llegado hasta nosotros.

En nuestra Orden ya desde sus orígenes se enumeran muchos hermanos que profesaron amor muy particular al «dulcísimo nombre del Salvador». Esto se comprueba en que el papa Gregorio X, poco después de la celebración del segundo concilio de Lyon (1274), encomendó a los frailes Predicadores la promoción de la alabanza y veneración del santísimo nombre de Jesús, siendo el beato Juan de Vercelli (t 1283), Maestro entonces de la Orden, uno de los que con más ardor se dedicó a esa promoción.

Esta dedicación apostólica se vio reforzada a la vez con nuevas formas de espiritualidad de los franciscanos y se incrementó en el s. XIV con preclaras formas de predicación y escritos espirituales entre los que se cuentan especialmente los del beato Enrique Seuze (1366), con la predicación de san Bernardino de Siena (1444) y al mismo tiempo con la difusión de las Hermandades del Santísimo Nombre: precisamente en la fundación de ellas nuestra Orden trabajó incansablemente a lo largo de los siglos por encargo de los Sumos Pontífices, especialmente a partir de Pío IV (1559-1565), juntamente con las cofradías del santo rosario.

A partir del siglo XIV se dan ya formularios litúrgicos propios, si bien solamente en siglos sucesivos pasan a la liturgia, y así, concretamente, los franciscanos lo harán en el año 1530; a finales del siglo XVII los dominicos; en el calendario romano para toda la Iglesia en 1721 ya existía en la liturgia la celebración de la Circuncisión del Señor (día 1° de enero), en la cual se aludía principalmente a la imposición del nombre de Jesús. Últimamente en el nuevo misal romano esta festividad cedió el puesto a la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la cual se conmemora también de modo principalísimo la imposición del nombre de Jesús (CR, n. 35).

Asimismo se da en el misal romano actual la misa votiva del santísimo nombre de Jesús. A ella corresponde, pues, el presente Oficio votivo, que puede usarse « ad libitum » (OGLH, nn. 244-245), especialmente para la celebración del propio patrono o del título de la iglesia.
 
(Breviario de la Orden de Predicadores, p. 1214.)

miércoles, 1 de enero de 2014

Theotokos: Santa María, Madre de Dios

 
La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1 de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.
 
La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotokos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.
 
Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.
 
De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.
 
El Concilio de Éfeso
 
En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
 
Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.
 
Madre del Niño Dios
 
“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.
La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.
Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.