La vida contemplativa dominicana, surge por iniciativa de Santo Domingo de
Guzmán, fruto de su corazón orante. Así, como raíz del árbol de la Familia
Dominicana, y de donde todo el tronco sacie su sed, en el año 1206 reúne en el
Monasterio de Sta. María de Prulla a un grupo de mujeres conversas, cuyo deseo
es ser “una con Cristo”, dedicándose enteramente a la oración y
la penitencia. Es así como Domingo asienta su Orden sobre el pilar de la
contemplación.

Estos dos aspectos de la vida dominicana se fecundan mutuamente por la
caridad y la estrecha relación entre sus miembros.
La monja dominica, es una mujer que en el amor, ha hecho de Dios su centro,
asumiendo como propios los sufrimientos y alegrías del ser humano de hoy,
perpetuando en la historia el clamor constante de Domingo: «¡Dios mío! ¡Qué
será de los pecadores!, ¡qué será de tantos hombres y mujeres ahogados en el
sin sentido, en la desesperación, en el odio, en el vicio...! ¡tantas personas
humilladas física y psicológicamente! ¡tantos hombres sin hogar, pan y
cariño!…».
Ha de ser el existir de la monja una luz en el camino de los hombres, un
recuerdo perenne de la existencia de Dios y la alegría del Reino, ¡un
testimonio viviente del Resucitado!
Las monjas dominicas contemplativas de Jaén se encuentran en la Calle
Francisco Coello, aunque conocida por todos como la Calle Llana. En este
monasterio se reagruparon los dos monasterios primitivos habidos en la ciudad
del Santo Reino: el Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles y el Monasterio
de la Purísima Concepción, siendo éste último el que le diese nombre al actual
monasterio.
Cada mañana, cuando toca la campana, antes incluso de que la luz comience a
hacerse visible, las dominicas de Jaén son luces que iluminan los despertares
de los jaeneros. Ellas comienzan el día con su oración de laudes y la
eucaristía (a las 9.00 de la mañana) en la iglesia conventual (Plaza de la Purísima Concepción) acompañadas de todas aquellas personas del
barrio de la Alcantarilla y alrededores que se acercan a compartir y celebrar
la fe. no quedando aquí su quehacer, desarrollan durante el día un trabajo
continuo y metódico: el bordado en oro. Este trabajo podría llegar a ser
tedioso si no fuera porque, además de conocer el fin del mismo (servir de
vestiduras litúrgicas o para imágenes religiosas), está compaginado con la
oración, el estudio, la liturgia y… los trabajos comunes de una casa, sin olvidar el diapasón esencial dominicano: el rezo del rosario. La comunidad
cierra el día con la caída del sol, al cual acompañan con su oración de
vísperas, y saludan a la noche, con la oración de completas, pidiendo a Dios el
descanso merecido y el poder reponer fuerzas para emprender el día siguiente.
Podría parecer que el día a día de una monja contemplativa es aburrido por
su monotonía. Lejos de ser así, las monjas dominicas contemplativas no olvidan
nunca su carisma: la Santa Predicación. Ellas son verdaderas predicadoras desde
el silencio y la oración, pero tienen una gran actividad. La comunidad de Jaén
recibe con los brazos abiertos a todas aquellas personas que llaman a su puerta
reglar pidiendo ayuda física, psíquica o espiritual; atienden las necesidades
de fe del barrio y mantienen vivas muchas tradiciones religiosas de la tierra
jaenera.
Ellas podrían contarte muchas más cosas… pero ¡te están esperando! ¡Esperan
contarte más cosas de su vida! ¡Desean escucharte! ¡Contemplari et contemplata
aliis tradere! Esto no es sólo un lema dominicano, es un vivir diario.
Por cierto, ¿te has preguntado alguna vez si tienes vocación contemplativa?
Esa vocación, ¿podría ser vivida al estilo de Santo Domingo de Guzmán? ¡Anímate
y ven!