¿Qué es la compasión? ¿Qué compasión
quiere Dios que tengamos? ¿Qué es la compasión Dominicana, en qué consiste y
cuáles son sus características? ¿Cuáles son los lugares preferentes de
compasión? Sobre estas preguntas estuvimos reflexionando los
hermanos y hermanas de las Fraternidades de Jaén y Torredonjimeno el 23 de
febrero en la iglesia conventual de la Purísima Concepción de las MM. Dominicas
de Jaén. Nuestra jornada vespertina comenzó con la adoración del Santísimo
Sacramento, expuesto en todo momento hasta el momento de la celebración de la
eucaristía, que la presidió D. José María Romero, sacerdote diocesano de Jaén. Él
fue nuestro director del encuentro; hacia Él iban nuestras miradas y reflexiones
y de Él venían las respuestas.
Todo comenzó cuando los días previos al inicio de la
Cuaresma nos comenzamos a preguntar:
¿qué tenemos que hacer en Cuaresma? ¿cómo vivir la
Cuaresma? El salmo 50 nos dio
la llave que abrió la puerta de nuestras preguntas:
MISERICORDIA. Pedimos la
misericordia de Dios porque nos hemos dado cuenta que hemos pecado y deseamos
tener un corazón puro. Queremos que Dios se compadezca de nosotros; que padezca
el mismo dolor que nosotros estamos teniendo; que tenga
COMPASIÓN. A partir de
ese momento, ya sabíamos el camino y nos comenzamos a preguntar los
interrogantes del principio.
La palabra
«compasión» suena a «lástima». Sin embargo, no es ese su significado. La
compasión es «padecer-con»; es «misericordia»: poner mi corazón en el otro
colocando en él mi tesoro («donde esté tu
tesoro, allí estará tu corazón», Lc 12, 34). Jesús es la prueba de ese amor
(Rom 5, 6-11); Él es la compasión hecha persona que se hace pan partido y
repartido para todos (Jn 6, 31-40) y que nos indica que nosotros -como hijos de
un mismo Padre y discípulos suyos- podemos y debemos actuar así para ser
felices (Jn 13, 17).
La compasión es una
historia de pasión. Es un don gratuito, pero no barato porque tiene un precio:
el costo del dolor. Un dolor ajeno, mas asumido voluntariamente. Tenemos que
aprender a ir asumiendo ese costo: una virtud que se aprende de Cristo y se
educa con los hermanos.
Si la compasión es
«padecer-con», para ponerse en la piel del otro tenemos que ser sensibles: 1)
ser capaces de salir de nosotros mismos; 2) percibir las necesidades de los
demás; y 3) poner la justicia en acción comprometiéndonos con la causa ajena
como propia.
Dios habla a través
del profeta Ezequiel diciéndonos que nos dará un corazón nuevo y nos infundirá
un espíritu nuevo, nos arrancará el corazón de piedra y nos dará un corazón de
carne (Ez 11, 19). Dios está tratando de darnos SU corazón. El mismo corazón
que tuvo y mostró Jesús. El mismo corazón que dio a Sta. Catalina de Siena
cuando ésta entregó el suyo sin reservas a Dios y su Reino. Un corazón que
desgarra al viejo e inunda todo el cuerpo con sangre de entrega, de
misericordia, de compasión.
Dios quiere te
tengamos una compasión que luche contra la apatía (indiferencia) y la antipatía
(desprecio); quiere, por tanto, que tengamos una compasión que favorezca la simpatía.
Dios quiere que veamos al mundo como verdadera obra Suya, como un lugar de
liberación y salvación. Dios quiere que nada que suene a humano nos resulte
ajeno. Ser compasivo significa simpatizar con los demás, sintonizar con sus
pasiones, escuchar, entender, dialogar, discernir y actuar.
Sto. Domingo de Guzmán fue una persona con una riquísima y amplísima
experiencia de Dios. Todos sus biógrafos resaltan en él cualidades como la
sencillez, la mansedumbre, la justicia, la amabilidad… pero sobre todo su
compasión y su alegría; a imitación de Cristo, el tener entrañas de
misericordia no le hizo nunca perder la alegría El dolor de la humanidad fue lo
que movió la compasión de Domingo a proclamar el Evangelio de Jesucristo para
que a todos alcanzase la salvación. Él estuvo dispuesto a padecer y a gozar con
los demás. Como varón evangélico hizo ver y comprender que el mundo no era ni
es un enemigo de la Iglesia, sino un compañero de camino que está herido. Dio
el paso de la condena al diálogo. Como podemos comprobar, Nuestro Padre Domingo,
en su experiencia de Dios a través de la oración y el contacto con la humanidad,
descubrió cuál es la autenticidad de Dios: amor (1 Jn 4, 8). De ahí sus
frecuentes súplicas pidiendo a Dios que se dignara concederle una verdadera y
eficaz caridad para cuidar con interés y velar por la salvación de la
humanidad. El comprendió y nos enseña que ser cristiano, ser amigo y seguidor
de Jesús de Nazaret, es participar de sus opciones, su manera de ser, de sentir
y de actuar. Es decir, «saber el Evangelio» tiene que acabar en «hacer el
Evangelio», el «Evangelio de la Misericordia».
Antes de saber qué
lugares son los preferentes de compasión, tenemos que ver cómo nos posicionamos nosotros en el
mundo: ¿espectadores distantes o contemplativos apóstoles?
La reflexión y la
predicación deben conjugar la Palabra de Dios y la historia humana. Pero,
¡atención!, podemos correr el riesgo de que nuestra compasión se quede en mera
espectadora y convertirnos en «consumidores de noticias» que no saben
diferencias la realidad de la ficción, que nos acostumbremos al drama o,
también que nos conformemos con las medias verdades de los medios de
comunicación. Frente a esto, para adentrarse de lleno en la compasión
dominicana, tenemos que situarnos en el lugar de la «pasión»; es decir, preguntarnos:
¿Estaba yo allí cuando crucificaron a mi Señor? ¿Estoy yo allí cuando
crucifican a mis hermanos? La respuesta a estas preguntas es el gran desafío a
la hora de buscar los lugares de misión y de inserción. La encarnación del
Evangelio de la Misericordia se verá facilitada si contemplamos al mundo en
vivo y en directo.
Lo que sentimos,
pensamos y reaccionamos depende de cómo vivimos, dónde vivimos, con quién
vivimos. Así, desde el corazón de Dios los lugares preferentes de compasión
son: 1) los pobres y sus secuelas; 2) la injusticia; 3) las víctimas de la
pobreza, injusticia, discriminación, guerra, terrorismo…; y, 4) las víctimas
del absurdo y el sinsentido (las víctimas de la cultura del descarte, Papa
Francisco).
Como hemos visto y
sabemos, Jesús clamó al Padre suplicándole misericordia para todos los que
estuvieron en contra de Él y su mensaje, porque no sabían lo que hacían (Lc 23,
34). No conocían a Jesús; no conocían la Verdad. Domingo de Guzmán se deshacía
en lágrimas cuando veía alguna injusticia tanto hacia Dios como a cualquier ser
humano: «¿Qué será de los pobres
pecadores? ¡Concédeme, Señor,
una verdadera y eficaz caridad para cuidar con interés y velar por la salvación
de la humanidad!» A Dios se le conmueven las entrañas, porque tiene entrañas de
misericordia. A Jesús se le conmueve el corazón, se compadece y reacciona.
Domingo de Guzmán también se compadece y reacciona. Y yo:
Ø ¿Cómo se conmueven mis entrañas por la
humanidad que sufre?
Ø ¿Soy misericordia de Dios para el mundo que
se debate en la búsqueda del sentido y de la verdad?
Ø ¿Me hago oración para reclamar misericordia?
Ø ¿En qué y cómo manifiesto la compasión hoy,
aquí y ahora?